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¿Quién soy en realidad? Podría decirse que todos somos iguales, pero cada uno es diferente teniendo en cuenta las variadas perspectivas. Yo no podría decir que soy especial, porque creo que quiero cosas que todos querrían: tranquilidad, en todos los aspectos. Sé que soy un poco asocial, porque el entorno no me gusta. Creo que no pertenezco a este tiempo, a esta época. Sólo vivo y trato de adaptarme en este mundo, y trato de ser feliz, sin que ello implique la infelicidad de otros.

Pero mi alegría rebosa más en el vacío de la soledad, y los pocos que me conocen, bien lo saben. No agrado a todo el mundo, porque la gente ve que me aparto, no que me mezclo ni sigo el fluir social. Les molesta mi silencio, y me ven como un amargado; pero pocos son los que realmente me conocen. Sé que tengo ciento ochenta y tres centímetros de altura, pelo negro, ojos avellana, sobrepaso mi peso ideal, y me gusta practicar culturismo. Pero eso es sólo lo externo. ¿Qué hay de lo interno?

Como el entorno y el actual tiempo no son de mi agrado, es que tiendo a salirme un poco de la realidad, a voluntad.  Es así que me pongo a escribir ficción, componer algunas músicas, dibujar de vez en cuando o pintar algo. Me es desafiante armar rompecabezas, reconocer o aprender algoritmos, y seguirlos. Adoro leer libros sobre historia, fantasía, o mitos; me desconectan de mi entorno… Y de estas formas escapo momentáneamente del vertiginoso tiempo, o creo hacerlo, pues mientras creo escapar, me devora.

No puedo creer del todo en nada, a menos que halle pruebas tangibles o lógicas. Ninguna doctrina me llena, quedándome como única brújula mi propia moral basada en mi raciocinio. Es así que me considero ateo, apolítico, asocial, anti-fanático deportivo, anti-casi-todo. Sólo cuido de los míos, a quien se merece (si es que puedo), y a mí mismo. No amo a quien no quiere ser amado, ni busco que me amen por lo que soy, o hago, o pienso. Sólo soy yo, un ser libre dentro de los confines de este entorno limitante, atado a un frágil cuerpo, y teniendo por enemigo al implacable tiempo.

 

ALEXANDER L. SAMANIEGO