El tiempo y yo

 

Se dice que el tiempo es sabio, que el tiempo todo lo cura, o que las cosas se solucionan con el tiempo. Pero mi experiencia con el tiempo ha sido un poco diferente del cliché tan pregonado por las masas. El tiempo, en más de una ocasión, fue para mí más bien como un enemigo, como un devorador, como un límite que debía rebasarse o alcanzarse, como un fenómeno inevitable y arrollador.

Para unos es benévolo, para otros, malévolo. Y pese a verlo yo de manera negativa muchas veces, y comprendiendo su mecanismo, me percato que no es ni bueno ni malo, sino que más bien resulta una naturaleza insensible, mecánica e irremediable. Es algo así como el viento, que puede ser una brisa agradable, o destructivo como un huracán. Pero sólo es comparando, ya que el tiempo es mucho más grande y complejo que el simple movimiento del aire.

En la mitología griega me percaté de tres dioses principales del tiempo, distanciados una o más generaciones entre sí uno del otro, pero siendo a su vez distintos aspectos de la misma cosa… Antes que toda cosa existiese, incluso mucho antes del surgimiento del Caos, Aión habitaba en lo eterno, conteniéndolo todo y siendo uno con todo al mismo tiempo. El Caos surge de Aión, y del Caos nacen las diferentes formas de oscuridades y resplandores, y me refiero a Erebo, Nix, Émera, etc. En ese primigenio momento es que surge Gea, la diosa Tierra, y ésta crea para su consorte a Urano, con quien tiene por hijos a los titanes.

Pero Urano retenía a sus hijos en el seno de Gea, evitando que surjan. Gea consiguió una guadaña de pedernal, y pidió ayuda a sus hijos, pero sólo el menor la ayudó, Cronos. Este Cronos castró a su padre, y según una versión, los testículos cayeron al mar y se formó una espuma, de la cual nació la diosa del amor, Afrodita. Cronos quedó como rey de los titanes, pero hubo una profecía que le dieron su padre y su madre, que decía que, así como derrocó a su padre, también uno de sus hijos lo derrocaría.

Cronos tomó por esposa a su hermana Rea, y por cada hijo o hija que le nacían, los iba devorando. Pero Rea ideó salvar al último hijo, Zeus, y lo escondió en una cueva de Creta, envolviendo en pañales una piedra, para que su esposo lo tragara pensando que era su hijo. Luego el hijo creció y se hizo fuerte, y con ayuda de aliados liberó del interior de su padre a sus hermanos, y empezó la guerra contra los titanes, la famosa “titanomaquia”, en la que ganaron los del bando de Zeus.

Luego de eso, Zeus se hizo rey de todos los dioses, dividiendo el gobierno con sus dos hermanos: Zeus quedó en el cielo, Poseidón en el mar, y Hades en el inframundo. Zeus se casó con su hermana Hera, pero Zeus no fue tan fiel, sino que tuvo varias amantes tanto diosas como mortales. Fue así que en un momento dado tuvo por hijo a Kairós, su menor hijo divino, y llegado a este punto, al fin puedo decir cuáles son los tres dioses del tiempo principales en la mitología griega…

En primer lugar, está Aión, dios del tiempo eterno, rodeado por la rueda o aro zodiacal; algunos lo representan como una serpiente que se devora la cola a sí misma, siendo así el símbolo del eterno retorno, símbolo llamado también ouróboros. En segundo lugar, está Cronos, dios del tiempo humano, las estaciones y las cosechas, el calendario, dios de la edad dorada, portador de la guadaña que le había dado su madre, Gea. Y por último tenemos a Kairós, portador de la balanza desequilibrada, dios del tiempo oportuno, cuyo significado es tan utilizado en la filosofía como en la religión misma, viéndolo algunos como la oportunidad que surge en la vida y que hay que aprovecharla sí o sí cuando se presente.

Y así, el tiempo puede ser visto como parte de un mito, siendo a su vez todas las mediciones existentes en la humanidad una mera ilusión. Los calendarios son un intento por medir el tiempo basándose en ciclos, partiendo desde el nacimiento de una persona importante, la fundación de una ciudad, o un acontecimiento considerado extraordinario, sea esto último religioso o hasta astronómico. Pero querer medir el tiempo, es como querer agarrar el agua, la cual se escurre entre nuestros dedos. Sí, es cierto que el agua solidificada podremos sostenerla en forma de hielo, pero en nuestras mismas manos se derretirá eventualmente. Querer medir el tiempo es querer medir algo fluctuante, algo que no tiene un límite definido por nada estable. El día no es estable en duración durante el año, ni la Luna, ni el Sol, ni el resto de los planetas del sistema solar, ni la Tierra misma. El día solar ni siquiera dura lo que dura una vuelta completa de la Tierra en el espacio.

Pero, sea como fuere, el tiempo es algo que queremos controlar, medirlo, domarlo. Todos los mecanismos que hemos creado para medirlo, deben ajustarse a los ciclos fluctuantes de los movimientos de la Tierra. Ni el reloj atómico se salva. Toda la tecnología debe ajustarse cada tanto a las revoluciones del planeta, ya que los movimientos del mundo son inestables, fluctuantes justamente por las influencias de los demás cuerpos del sistema solar, la Luna, el efecto marea, y muchas influencias a escala cósmica.

Y del año ni hablemos, ya que una vuelta completa alrededor del Sol, no dura exactamente lo que duró el año anterior, o el anterior a éste. Siempre hay una fluctuación, y es esta inestabilidad lo único estable en la cuestión del tiempo. El calendario actualmente vigente es el calendario gregoriano, que es una mejora del calendario juliano, el cual está basado en el calendario egipcio (tal como menciono en mi obra Calendario Orbital).

Pero no tiene sentido que un calendario mundial esté basado en un calendario de origen religioso. Para colmo, el origen de este calendario está en el nacimiento de un ser que no todos creemos que existió. El calendario gregoriano, no es preciso, también presenta un error de un día cada 7700 años. Si la humanidad no se rigiera por la duración del día solar, ni por las estaciones, ni por los días festivos, tendría un calendario más preciso aunque igualmente fluctuante por las influencias astronómicas.

Por tanto, al yo necesitar regirme por ciclos precisos y hasta milimétricos, o requerir más tiempo del que realmente dispongo en mi efímera vida, o desear que duren más las cosas de las que disfruto, me convierto irremediablemente en un antagonista del implacable e insensible tiempo. Según la ciencia, el tiempo está atado al espacio, pero al habitar yo el espacio, también me hallo atado al tiempo.

 

Alexander L. Samaniego


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