Durante mi adolescencia he tenido la necesidad de apartarme de los miembros de mi familia, pues me gustaba pensar, soñar con cosas imposibles y posibles, y nutrirme de conocimiento. Pero por cuestiones que escapaban de mí, me interrumpían cuando necesitaba estar solo. Buscaba yo un lugar para mí mismo, donde pudiera conectarme con mi yo más profundo. Al pasar los años, en verdad buscaba un rincón, una habitación, o un lugar como en el patio para ahondarme en mis cavilaciones. Ello me hizo un ser un poco más taciturno, y en un momento dado debía interactuar con mi entorno real, de todas formas.
Al principio yo creía que sólo podía apartarme de manera física, pero luego con el pasar de los años, descubrí que sólo debía lograr ese añorado apartamiento de manera mental, pese a que alrededor de mí había conversaciones, ruidos, bullicio. Todo empezó cuando repudié mi entorno físico, y para sentirme a gusto conmigo mismo, hice lo posible por imaginar que todo era perfecto, que sí estaba en un lugar apto para mis cavilaciones. Aprendí a crear un ambiente imaginario en medio de la aburrida, monótona e imperfecta interacción social en que estaba.
Fue así que, en mi adultez, pude ahondarme en mis pensamientos de manera paralela, sin que se notara. Yo podía estar conduciendo, o hablando con alguien, o escuchando músicas ridículas que me llegaban a mis oídos desde los vecinos, u oír el ruido de la calle, y aún así me hallaba en mi “templo mental” en segundo plano. Sí, yo podía pensar, imaginar y crear estando en el trabajo y haciendo mis labores, estando en medio de una conversación cotidiana, rodeado de bullicio, caminando, o lo que sea. El secreto estaba en recordar, y anotarlo cuando tuviera tiempo. El registro ciertamente resultaba extremadamente importante, para posteriormente armar, como un rompecabezas, diferentes proyectos que llegados a su culminación, serían llevados a cabo o saldrían a luz.
Esta anécdota mía será muy útil para algunos a quienes conozco, los cuales necesitan estar apartados para leer o crear. A mí me sirvió bastante, y me sigue sirviendo. Es cierto que en la actualidad poseo la dicha de tener ese lugar físico a modo de templo, pero ello lo logré sólo porque tenía la capacidad de hacerlo en un momento dado. Sin embargo, mi verdadero templo lo llevo en todos lados, y pocos son los que se dan cuenta de que vivo como en dos mundos a la vez: el mundo físico, y el mundo mental. Tengo una conexión a los dos mundos al mismo tiempo, y si yo puedo, todos lo pueden, con más o menos esfuerzo que yo, dependiendo de su suerte, o en todo caso, de su esfuerzo.
Alexander L. Samaniego
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