Me inicié en la narrativa de ficción, el 6 de octubre del 1999. Mi obra, en aquél entonces no tenía nombre, tratándose de varios textos sueltos que con el tiempo los fui entrelazando. Y los años siguieron pasando, y a ese entramado lo consideré mi primera obra, a la que llamé Moém, que en mi lengua inventada significaba “Libro Alto”. Moém era más extenso de lo que me lo propuse, y ni siquiera me hallaba escribiendo por la mitad de lo que era la trama que mi mente había concebido cuando traté de sacar la primera parte a la luz. No lo iba a terminar enseguida. El “Libro Alto” no podía tener nada de poco valor, pues ello contrastaría enormemente con su nombre. Y lo pulí en donde debía, y lo alargué… Tanto lo prolongué, que cuando hoy hojeo mi obra, no puedo creer hasta dónde he llegado.
Me gusta el resultado, me agrada ver hasta dónde llegó mi imaginación; me fascina comprender que yo mismo le di forma hasta convertirse en lo que es hoy. Es así que el Moém, pues, es un reflejo de mi interior, una manifestación de mi psique, la representación simbólica de los universos paralelos de mi subconsciente. Es el resultado de uno de los más grandes esfuerzos que realicé en esta vida. Y la mayoría de las obras paralelas que hasta hoy creé, son en realidad secuelas o paracuelas del Moém, mi obra principal.
Describir lo que uno tiene fuera de sí, es mucho más fácil que relatar todo lo que lleva dentro de sí. Hay veces me gusta imaginar que, si lo escrito en mis obras fuese real por un momento, sería un verdadero registro histórico de un universo paralelo, registro implementado en nuestra civilización por medio de una de las mentes de aquí, en este caso la mía. Yo sería solamente un canal. Pero llegar a creer eso sería caer en el reino de mi fantasía a voluntad, y toda esta ficción pasaría, irremediablemente, a convertirse en el dogma de una nueva creencia.
Naveguemos libremente en el vasto reino de lo irreal, pero no perdamos nunca nuestro norte, que es la realidad…
Alexander L. Samaniego